“No se puede pensar si te quedas en casa viendo Telecinco”

A sus 44 años, Vicente García Plana no sabe muy bien cómo definirse. Por su cabeza pasan varios adjetivos, pero ninguno de ellos encaja del todo con su forma de vida. Fotógrafo, escultor, interiorista, deportista y, sobre todo, viajero. García Plana es eso y mucho más. Es, ante todo, una “mente inquieta”, que no para ni un segundo. Se dedica a hacer obras de arte por encargo, colecciones extensísimas de cuadros y diseño de interiores en grandes restaurantes y hoteles. Es lo más parecido al “artista completo”, un adjetivo que aparece cada vez más a menudo hoy en día.

Dibujo

¿El oficio de artista es difícil?

Esto es un trabajo como otro cualquiera. Un error en el que incurre mucha gente es pensar que los artistas son gente que tiene una especie de don especial, divino, y habla en un idioma que nadie puede entender. Eso es una mierda y una falacia. En realidad no es así. Entonces, también un abogado tiene un don divino para pensar cómo defender a alguien en un juicio; o un médico para detectar una enfermedad. Es el mismo sistema. Esa gente se documenta,  analiza la información, está continuamente inventando salidas a las cuestiones que se le plantean; y cuando las encuentra, lo hace porque tiene esa actitud, esa necesidad y esa voluntad de encontrarlas. Si no, es imposible. Y no es una cuestión de inspiración.

¿Cómo surge una idea?

De la forma más estúpida. Para esto no hay un método. Tienes que estar atento a lo que te rodea, y fruto de esa observación, tendrás una serie de experiencias y datos, que luego recombinas en tu interior para que den como fruto algo nuevo que puedas querer crear o explicar. No se trata de dónde estás ni de cómo lo haces, sino de que tu cabeza está buscando esas vías de canalizar las experiencias que tienes. Muchas cosas surgen por azar. Puede aparecer un nuevo planteamiento plástico por una mancha en el suelo, o porque se rompa una tinaja de barro. Son cosas que te abren las puertas de algo nuevo. Para mucha gente, que se le caiga un tarro al suelo es una desgracia. Yo lo veo como una oportunidad.

¿Cómo es su trabajo diario? ¿Sigue un esquema de trabajo?

No, no lo sigo. Es un proceso un poco anárquico. Trabajo de forma intensiva, lo que me parece más efectivo, porque entre que llegas y no llegas… Si estás en una dinámica de creación, puedes incluso llevar dos procesos a la vez y que no se resienta ninguno de ellos. Aunque doce horas seguidas parezcan muchas, no es tan tremendo, porque es un trabajo muy bonito y no es agotador. Al revés, es muy ilusionante, así que pueden pasar tres horas y no te has enterado. Necesitas muchas horas seguidas para poder sacar algo en firme.

¿Cómo empezó a interesarse por el arte?

A través de la fotografía. De hecho, mi vocación real es la de fotógrafo. Para mí fue el comienzo de todo. Fui autodidacta; empecé con diecisiete años. A esa edad ya tenía claro que mi voluntad artística iba por ahí, pero no me veía como artista, sino como fotógrafo. Pensaba en cosas tan banales como vivir de hacer reportajes de moda, o de bodas, o de lo que me pidieran. Aun así, notaba una llamada a una fotografía más creativa y  documental. Esa línea me dio muy buenos resultados: premios fotográficos, exposiciones…

¿Cuándo comenzó a trabajar en otras disciplinas?

En el año 1994 me llegó una oportunidad muy buena. La Diputación Provincial de Huesca me concedió una beca. Tenía la oportunidad de hacer una exposición inmensa. El problema es que no tenía dinero para enmarcar todas las fotografías que quería mostrar. Lo que hice fue comprar una sierra y empezar a hacer los marcos con trozos de madera que encontraba por los contenedores. En ese proceso, descubrí un universo plástico que me fascinaba, que era el que iba más allá de lo fotográfico.

¿A qué se dedicó entonces?

Empecé a pintar las fotografías, a mezclarlas con objetos… y de alguna forma, abrí una puerta que nunca se cerró, y que fue alejándome progresivamente de la fotografía para introducirme en temas más plásticos.

¿Sigue haciendo fotografía?

Solo dentro de un proyecto que inicié con diecinueve años para dar la vuelta al mundo. La idea es presentar un trabajo que resuma la visión de un viajero a lo largo de una vida. Es la vuelta al mundo en ochenta años; no en ochenta días.

Trabaja en muchos ámbitos, ¿con cuál se siente más cómodo?

Invariablemente con los cuadros del objeto; es lo que más me interesa. El cuadro que cuenta una historia a través de los objetos, que normalmente son encontrados. Se trata de reinterpretar los objetos cotidianos, que sacados de ese contexto, significan otra cosa. Si le pones un candado en la boca a un muñeco estás dando un mensaje de censura, por ejemplo. Esta reinterpretación de los objetos es lo que más me gusta y con lo que más a gusto estoy.

¿Por qué utiliza objetos reciclados?

Porque tienen un magnetismo tremendo. Yo vivo sumergido en una especie de atmósfera nostálgica. Soy un coleccionista, pero de las cosas más peregrinas. No de cosas convencionales, como sellos. Cojo todo lo que pueda tener un mínimo interés y lo archivo y lo organizo. Es como el que tiene síndrome de Diógenes, pero organizadamente. Tengo miles y miles de objetos clasificados.

¿Cuál es el significado de esos objetos?

Yo creo que todos los objetos que nos rodean tienen una poética que está por descubrir y que pueden transmitir un mensaje según cómo los combines, y en eso es en lo que yo trabajo principalmente.

¿Cuál cree que es el éxito de su obra?

Creo que la sorpresa que supone ver un objeto que tú tienes en casa utilizado de una manera poco convencional. La gente piensa “esto lo podría haber hecho yo”. Y encima lo entiende. Y entonces se hace un tipo de arte muy cercano al público, lo que lo hace más receptivo.

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En su obra, el viaje es un tema recurrente. ¿Por qué?

Porque el viaje es una experiencia única en la que el viajero se encuentra a sí mismo. Toda la gente que te rodea a diario condiciona tu forma de actuar y de ver las cosas, pero cuando vas de viaje, te enfrentas al mundo tal cual eres, limpio. Esto no es una situación frecuente. Por eso, a la gente le gusta ir de vacaciones, porque desconecta.

También es una parte importante de su vida…

A mí me educaron en el viaje. Es mi filosofía de vida. Es fascinante el paralelismo que se establece entre la partida y la vuelta con lo que es la propia vida: el nacer, crecer y morir. El tipo de viaje que haces y cómo lo haces define muy bien quién eres. Te somete a una autoevaluación continua, y eso está muy bien, porque hay que saber quién eres. Hay muchas cosas que desconoces de ti mismo que el viaje te ayuda a descubrir. Una vez que descubres quién eres es cuando tú puedes explicarles cosas a los demás. No sobre ti, sino sobre tu obra o tu trabajo.

¿Cómo se relacionan sus viajes con su trabajo?

Yo vuelvo del viaje con ideas frescas, no porque haya visto cosas, sino porque he podido pensar. No se puede pensar con claridad si te quedas en casa viendo Telecinco. A mí me ayuda muchísimo a reorganizar mi cabeza. Es una actividad que no te absorbe, lo que te da la oportunidad de pensar.

¿Qué es lo más enriquecedor de viajar?

Lo que descubres sobre ti. Lo que tú averiguas en el viaje no lo averiguas sobre el mundo que está allí. Solo puedes averiguar cosas sobre ti mismo, porque tienes un billete de unos ochenta años de duración – si todo va muy bien-, que es el que tienes que gastar. Lo puedes gastar en una esquina acurrucado o yendo a dar vueltas por ahí. Un consejo: ve a dar vueltas. Hay muchas cosas que hacer y que ver, y eso te ayudará a saber quién eres.

¿En qué está trabajando actualmente?

En una exposición enorme que empecé hace dos años, basada en la idea del recuerdo. Es una colección de setenta piezas. En cada pieza hay un recuerdo escrito de mi vida y su representación. En ella se relacionan el objeto y la literatura, dos cosas que siempre he querido mezclar. Es una colección que quiero acabar este año. A ver si llego al invierno con esto terminado.

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